INTERÉS GENERAL

La bella Estatua de la Libertad que ilumina al pueblo menos pensado

Por Fernando del Rio

Hay un aire arrollador en el centro de la plaza de General Pirán. Sobre un pedestal que parece más blanco en los días de sol ardiente y algo opacado cuando caen las nubes de otoño, solitaria pero perseverante en su plan de luminaria del Nuevo Mundo, se eleva la Estatua de la Libertad. Figura fundida en bronce, solo se distancia de la original por su antorcha, la que fue reemplazada por una lámpara. Las dimensiones (naturalmente) e incluso la inscripción sobre el libro patrio, también la diferencian. En la actualidad, un nido de barro sobre la corona de puntas le da un resignificado autóctono.

La Estatua de la Libertad de Pirán puede parecer, a ojos de forastero (todo el mundo menos 3.200 personas), una excentricidad, una desproporción, una desmesura, pero esa percepción se desvanecerá con tan solo transitar la historia y distinguir el vínculo que la escultura tiene con el pueblo. Nada necesario puede ser exagerado.

“Está ahí y por supuesto que es motivo de orgullo para todos nosotros. No sabemos demasiado de ella, sólo que la donó el fundador Antonio María Pirán y que la instalaron el 22 de mayo de 1910. Lo demás que se habla está todo sin comprobar”, sentencia la voz más autorizada para hablar del tema: el historiador de Pirán.

Juan Carlos Azzanesi tiene 80 años vive en soledad rodeado por documentos y ejemplares de su libro “Historia de General Pirán”. Todos los días de su vida, porque vive en frente, ve la réplica de la estatua de la Libertad como un desafío inexpugnable. “Supimos todo lo que pudimos saber de la estatua, pero desconocemos mucho también” agrega antes de invitar a comer “para charlar mejor”.

La original Estatua de la Libertad, obra de Frederic Auguste  Bartholdi para celebrar la fraternidad anglo-estadounidense, tiene por mandato prioritario ser anfitriona universal al erguirse en la entrada de la gran bahía de Manhattan y recibir a quien llegue, echando luz sobre los hombres libres. Como lo hizo el pueblo griego con el Coloso de Rodas que, imponente, daba la bienvenida a los viajeros. De hecho, en aquella maravilla aseguran que se inspiró Bartholdi para crear, acaso, la más famosa estatua moderna, la que ha sido replicada en todas partes del mundo.

Pero en el caso de Pirán, la copia  de la Estatua de la Libertad no está en una vía de navegación –como en la Isla de los Cisnes en el Sena- y ni siquiera se ofrece en el acceso desde la Autovía 2, donde hay un cóndor, ave desconocida en la región por poblar otras latitudes que representa un tributo a San Martín. No, la Estatua de la Libertad piranense está en el fondo del pueblo, si se entiende por fondos lo opuesto al frente, a la entrada, aunque esto tiene una pequeña trampa: Pirán creció desde su actual “fondo” hacia su actual “frente”, ya que la planificación se hizo en función de la estación del ferrocarril. Como sea, para disfrutar de la Estatua hay que recorrer las seis cuadras y media que van desde la ruta hasta la plaza Libertad.

La Estatua de la Libertad de Pirán es una copia fiel, de matrices originales.

“Si me preguntan qué tiene mi pueblo, digo la Estatua de la Libertad. También digo la Iglesia, pero la Estatua de la Libertad es lo que más llama la atención”, dice Joaquín Angeletta, empleado judicial de Mar del Plata.

La Iglesia de Pirán, es cierto, relega por majestuosidad a la Estatua, pero cuenta con la desventaja de que sus mayores virtudes no están a la vista. Su nave central, sus vitrales, su densidad gótica, las criptas del matrimonio Pirán, todo está por dentro. Se requiere de un templo abierto. A la Estatua, en cambio, se la puede contemplar sin limitaciones de horario y no lleva más que unos pocos minutos. Su encanto es solo su existencia.

Materia pendiente

Es mediodía en Pirán y el frío hace más parsimoniosas esas horas. Por la plaza Libertad unas pocas personas transitan y aceptan, no sin desconfianza inicial, la consulta. “No, no soy de acá. Hace 30 años que vivo, pero no soy de acá. Mucho más no le puedo decir”, se disculpa una mujer mayor que sigue su camino.

Un grupo se acerca con tarros de pintura para embellecer otro monumento, el de Manuel Belgrano. “Lo queremos dejar bien para el acto del Día de la Bandera”, dice una de las docentes de la escuela de enseñanza especial. “La Estatua es hermosa pero en Pirán no le damos la importancia que deberíamos darle. Yo estudié acá y me hubiera gustado que me enseñaran más sobre la historia de la Estatua”, agrega.

El 22 de mayo de 1910, en ocasión de celebrarse el Centenario de la Revolución de Mayo, a la Estatua de la Libertad se la colocó sobre su pedestal con la vista al Norte. Al igual que la Iglesia (que se inauguraría al año siguiente) fue donada por el fundador del pueblo Antonio María Pirán y, cuenta la leyenda, que lo hizo a pedido de su esposa Emilia Moutier.

Sobre la procedencia de la pieza no se sabe demasiado excepto que fue encargada en Francia y que llegó de la misma manera que otras miles al país. La Estatua de la Libertad es una réplica de buena calidad y a falta de documentación el sentido común es la fuente.  Es que tal era la afición de Pirán por las obras francesas de calidad que no resulta extraño ni ajeno a la época que la estatua fuera conseguida allí y, por su precisa reproducción, de talleres cercanos a Bartholdi. Es sin duda una de las mejores copias internacionales, puesto que la matriz es similar a la original, lo que puede advertirse en los detalles de los dobleces del lienzo, posición anatómica y expresión facial.  Además, Antonio María Pirán no reparaba en gastos: la Iglesia de la Inmaculada Concepción (inaugurada al año siguiente) también la solicitó en réplica a otra ubicada en la ciudad francesa de Reims e incluso, en los primeros años del pueblo, allá por 1895, había mandado a hacer a una forja gala su propia moneda para pagar el trabajo rural.  Sí, Pirán tuvo su moneda de curso legal.

“No hay registro oficial ni documentación que explique exactamente la procedencia de la estatua, pero el saber popular asegura que Pirán la hizo traer de Francia”, señala Azzanesi.

Durante varios días se suman esfuerzos por certificar el origen de la pieza, pero el pasado propone un agujero negro. Historiadores, especialistas en monumentos, docentes y funcionarios municipales de Mar Chiquita lo intentan. Un trabajador del corralón de Pirán se toma el trabajo de relevar las medidas exactas para compararlas con catálogos de Val D’Osne. Nada surge. La estatua misma parece negarse al ocultar un sello, una firma, una inscripción.

Tal vez sea suficiente con reconocer como origen el amor de Antonio Pirán por su pueblo y el sueño de un lugar libre, independiente y definitivo.

Un futuro, siempre

La historia de General Pirán es, tal vez, una de las más singulares de la región. Cuando en 1890 Antonio María Pirán fundó el pueblo lo llamó Centro Agrícola General Pirán e hizo grandes donaciones de tierras para los servicios públicos. Sin embargo unos años después hubo de reconocerse que las extensiones no servían para la actividad por las frecuentes inundaciones y se le quitó las palabras “Centro Agrícola”. Pero  con esos dos términos además se fueron las obligaciones y cierto estatus administrativo que hizo que las tierras donadas por Pirán les fueran devueltas, lo que ocasionó una singularidad: Pirán debió hacerse cargo del mantenimiento de las calles del pueblo hasta 1930, apenas 2 años antes de su muerte.

Además de donar la escuela (incluso antes de la fundación formal del pueblo), la Iglesia, el primer Jardín de Infantes, la primera colonia de vacaciones, los edificios principales, Pirán pensó en el futuro y como símbolo de un destino de grandeza, dotó a la plaza principal de la Estatua de la Libertad. Para representar también la Emancipación, tal como lo dice uno de los medallones fijados al pedestal. Es probable que Pirán haya resumido en la Estatua la admiración de su esposa por la obra original de Bartholdi y el tributo a su padre, el General Pirán.

De las imágenes más remotas de la plaza Libertad de Pirán. Foto Museo Fernandez Blanco.

De las imágenes más remotas de la plaza Libertad de Pirán. Foto Museo Fernandez Blanco.

“La Estatua de la Libertad es un gran símbolo de General Pirán y estaría muy bien una buena restauración. Nos dicen que se hizo con el mismo material que la original, que vino de los talleres de Bartholdi, que es una de las mejores réplicas del mundo. Como sea, es muy importante que estuviera espléndida”, dice Susy Viglietti, toda una referencia en términos educativos y sociales de Pirán.

Como puede ocurrir en otras localidades chicas (y a riesgo de aventurar una conclusión inexacta propia del visitante), puede advertirse que el piranense es crítico y a la vez orgulloso de su pueblo. Habla con convicción de la Iglesia, de la singular historia, de la industria avícola, de la otra “mejor copia”, la de la Casa de Tucumán que es el edificio del Correo. Y no dejan de hablar a pesar de haber buscado otros rumbos, ya que muchos de los nacidos en Pirán continuaron y desarrollaron sus vidas en Mar del Plata. Algunos unen día a día los 87 kilómetros de distancia, otros están radicados pero vuelven con frecuencia.

“Cuando éramos muy chicos nos llamaba la atención la estatua porque era una referencia de las películas que mirábamos. Esa estatua aparecía en todas las películas que veíamos los fines de semana. Nos hacía sentir como que teníamos algo verdadero de lo que pasaba en las películas”. Quien lo dice es Bernabé Tolosa, docente, escritor y periodista, otro más de los emigrados a Mar del Plata, y activa con ese recuerdo un juego de espejos que acabó por materializarse en 2019.

En ese año, que se antoja tan lejano por la maldita enfermedad, un movimiento cinematográfico comunitario llevó el proyecto a Pirán de hacer una película.  Después de meses de trabajo surgió Santos Inocentes (ver).  A los 17’30’’ de Santos Inocentes, la película que se filmó en Pirán y en la que 200 vecinos fueron parte del elenco o de la producción, aparece la Estatua de la Libertad en todo su esplendor. Son 22 segundos de plano y paneo intercalados con la mirada sorprendida de Luis Santos, el hombre que retorna al pueblo un 28 de diciembre después de haber permanecido en la muerte por dos décadas. Luis Santos la contempla con cierta extrañeza, como quien mira a una desconocida. La Estatua de la Libertad, señorial, cumple su papel, como en las viejas películas de los sábados.

Comienza a caer la tarde en Pirán y la Estatua de la Libertad, con sus 2,95 metros de alto y sus 75 centímetros de base, se impone en el paisaje céntrico. Se la ve rodeada de árboles, calles asfaltadas con vehículos que pasan a velocidad de pueblo, edificios públicos, luminarias y comercios. La imagen más remota que se conoce de la estatua muestra un entorno bucólico, austero, campestre. Todo parece haber cambiado demasiado a excepción de ese brazo elevado al cielo.

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